El miedo es una emoción caracterizada por
una intensa sensación, habitualmente desagradable, provocada por la percepción
de un peligro, real o supuesto, presente, futuro
o incluso pasado.
La amígdala es la
porción del cerebro que controla las emociones, y dentro de ellas, juega un papel fundamental
en el miedo, necesario para la supervivencia del ser humano. Es
heredado de nuestros antepasados, pues sólo sobrevivían aquellos que reaccionaban
de forma adecuada a las situaciones de peligro.
Ante un estímulo que
puede ser peligroso, la amígdala se activa rápidamente y se producen cambios en los músculos
faciales que muestran miedo, aumenta el ritmo cardíaco y se produce
sudoración. Esto ocurre antes, incluso de que seamos
conscientes de lo que ocurre. Una vez que la información pasa a la corteza
visual, somos conscientes de lo que tenemos delante y somos capaces de actuar en
función de cuál sea el peligro.
Un experimento en Psicología demostró que el miedo se aprende. El “voluntario” fue el pequeño Albert, un niño de once meses. A Albert le dejaron jugar con una rata de laboratorio,
ante la que no mostraba ningún temor. Tampoco se asustaba ante la presencia de
otros animales con pelo, como un conejo. Pero se preguntaron si podrían lograr
que el niño temiera a la rata si hacían un ruido fuerte que le asustara
mientras jugaba con ella.
El estruendo lo provocaron golpeando con un martillo una barra
metálica fuera de la vista del niño. Después de repetir esa operación unas
siete veces, el sobresalto que experimentaba Albert al oír el ruido mientras
jugaba con la rata hizo que empezara a temer al roedor incluso en ausencia del
molesto estruendo. No sólo eso, el bebé generalizó su miedo otros animales con
pelo, como un conejo y un perro. Habían provocado en el niño lo que los
psicólogos denominan un miedo condicionado.
En este proceso,
además de la amígdala, interviene el hipocampo creará la memoria explícita:
todos los detalles, mientras que la amígdala se encarga de la memoria implícita,
es decir, la respuesta física. Todo esto hace que si un día volvemos a esa
misma situación, sin darnos cuenta empezaremos a sudar, sufrir ansiedad y
acelerar el latido del corazón. Y esto ocurre porque lo almacenamos en nuestro
cerebro, y cualquier
estímulo relacionado con aquella escena es capaz de activar el recuerdo.
El miedo no puede evitarse,
y es necesario para nuestra
supervivencia, pero sí puede ser controlado, apaciguando la ansiedad y los
temores. En momentos de miedo, el cerebro es capaz de liberar dopamina,
además de otros neurotransmisores, que produce una sensación de placer y euforia.
Por lo tanto el
miedo, mientras tengamos la amígadala y el hipotálamo en perfectas condiciones,
es inevitable y necesario en ocasiones, aunque cuando nos hace daño, tenemos
que aprender a controlarlo para poder superar ciertas situaciones que puedan
limitarnos.
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